sábado, diciembre 24, 2005

Dejó car el bolsito de verano en la entrada de su habitación y cerró la puerta. Se sacó un zapato, luego el otro y frotó fuertemente la planta de su pie contra su otra pierna, limpiándola...
Se soltó el pelo y lo desordenó con las yemas de sus dedos azúles.

Prendió el computador para escuchar My last breath.

No se sentó en la cama, se sentó el el suelo
Abrazó sus piernas junto a su pecho y comenzó a llorar.
Se abrazaba
Se besaba
Y las lágrimas negras manchaban su piel casi transparente

Los pensamientos circulares jugaban karting en su cabeza, chocaban, rebotaban y el eco mortal hería sus paredes mentales atrofiadas.

Nada había sido su culpa, pero todo jugó en contra y ya no queda más que contraer y expandir el diafragma tan fuerte para que abajo nadie la escuche llorar.

El borde de las uñas esta destruído
Las ojeras pesan y la piel está seca
El estómago esta duro 24 horas

Todo es un péndulo preciso y cuando los ojos quieren cerrarse a descansar golpea la vida para despertar.

La música continúa y la respiración es cada vez más agitada, de rabia, de angustia.

Las manos sobre la cara y a veces los dedos en el pelo, entrando con furia, jalando mechones.

Estirada en el piso cinco minutos para volver a formar un feto en el suelo. Las luces se apagan y algo parece apuntarle, una fuerte desición de color amarillo...

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